Madrugá
Tras unos meses de reflexión sobre diferentes temas de siempre, especialmente estéticos en el entorno de la belleza que procura el vivir y tras dos madrugadas alternas y discontinuas de cocinero a deshoras preparando un cocido para su lógico y necesario reposo, con tiempo, para que elementos tan dispares en color, textura y procedencia como el tocino, los garbanzos, sus zanahorias, las pinceladas de habichuelas verdes, el pollo y hasta el tuétano de los huesos, al fin, ¡ Oh maravilla! consigan unir, entre lucha, sus fuerzas hacia la exaltación de la belleza en el paladar, que no es un beso, pero es un cocido, aunque… no es un beso.
Estaba en esas veleidades esperando mientras el acontecimiento se fraguaba a fuego lento entre sangre y dolor, entre humo y ceniza, cuando me sobrevino un asunto de antiguo, abierto, no cicatrizado y que he ido soslayando, seguro, por falta de valentía y arrojo, a veces, es difícil reconocer tus flaquezas, eso que te hace débil y de lo que se huye utilizando el antiguo truco de la ocultación por revestimiento, algunos tienen tanto que consiguen alcanzar una personalidad al punto barroco y, por norma, baja en sal. Mi inquietante simpleza no hay neceser de maquillaje que la arregle y es tan tarde y tan temprano, sin un ayer, ni un hoy, ni un mañana, que creo que es el momento, mientras espumeo el caldo, de hacerle frente, mirarlo cara a cara y aún con sus consecuencias, decirlo: el Bic naranja es un bolígrafo fallido y creo, humildemente, que ha sido y es, una estafa.
Bueno…pues ya está.