Los últimos días del Edén
Te has sentado detrás dispuesto a seguir el camino de regreso del caballo y su cochero hacia los días que están por venir. Los últimos días del Edén.
Y adivinas desde el principio que no hay mentiras sino sutilezas en los segundos y en los pasos, en el tiempo y en el espacio. Sospecho que ese peso es insoportable para los que no están dispuestos a perder un segundo de su impaciencia. Y las sombras empiezan a desfilar por la alfombra roja de la oscuridad hacia la libertad de los destellos y se podrán reunir con el aire que avanza. No están dispuestos a regresar, solo avanzan entre los destellos de la inmediatez. Y algunos sacan su móvil, se conectan y punto.
Hemos llegado entre la tempestad a cada paso a cada segundo. Esa noche la carcoma dejará de engullir la madera y él notará su ausencia. Tal vez, no le dé importancia como no le da importancia a su tos que avanza. Pero sabemos que todo degenera y se ha envilecido de forma lenta y constante. La imaginación ha sido engullida por la mediocridad. Mañana su caballo le vencerá y dejará de obedecerle. Aún así se mira para otro lado, para no ver la degeneración y la corrupción de lo que tocamos. De todo lo que tocamos. Todo sigue y seguimos viviendo sobre nuestros hábitos mecánicos; y aunque salgamos a por el agua en la tempestad y sigamos cepillándonos los dientes, y nos sigamos abrochando la camisa como ayer, algo ha cambiado. Mientras, la tempestad sigue ahí. La carcoma ya no se oye, aquel establecimiento lo han cerrado. El caballo ha dejado de comer y el pozo está seco. Lentamente se asume el vacío de nuestro peso degenerado.
Entonces queda huir como estas sombras que no paran de desfilar por la alfombra de la desesperación. Pero, ¿dónde ir? La tempestad sigue y el páramo está arruinado. Ya no queda nada. Sólo queda volver y esperar, e intentar entender qué es lo que está pasando. Por qué la luz se agota y la lámpara de aceite no prende. Intentar entender por qué somos tan imbéciles y mediocres. La noche avanza y en las tinieblas nos damos cuenta que hemos agotado el hambre.
Ya no se escucha el aire. La tempestad ha terminado. En el páramo solo queda desolación, mediocridad y corrupción.
Ahora, dos siglos después, emprendes el camino de regreso en otro coche y tú eres el cochero, camino de vuelta en la tempestad del silencio; y piensas en los últimos días del Edén.